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Empecé a recitar la oración por la noche. Creo que la leí 3 veces. Primero, la leí en silencio. Luego, la murmuraba para mí misma hasta que las lágrimas llenaban mis ojos -mi novio inocentemente sin saber nada permanecía durmiendo a mi lado. Posteriormente, la oración llenaba mi mente mientras poco poco caía en un profundo sueño -sumamente reparador por la ansiedad que yo había estado experimentando por mucho tiempo.

A la mañana siguiente volví a decir la oración después de mis 20 minutos de yoga como parte de mi ritual matutino. La leí de nuevo al medio día sólo porque pensé en ello y cuando llegó la hora en que me iba a la cama la recité una vez más. Cada día hice tiempo para recitar esta oración. Sus líneas se convirtieron en mi mantra cuando me sentía estresada. Incluso hice una captura de pantalla en mi iPhone y la leía mientras esperaba para citas o en la bañera. Era como un hechizo que estaba tejiendo cuidadosamente en mi existencia diaria. Incluso empecé a incluirla en el movimiento de mi cuerpo. Practiqué yoga con la intención de que con cada asana estaba ofreciendo físicamente mi poder y mi deseo de abundancia y mi búsqueda del sentido en la vida, ya que eso no solamente fortalecía mi cuerpo sino también incrementaría la fuerza detrás de mis manifestaciones. Dí un pasó más con la oración cuando un amigo mío se acercó para hacer tableros de visión. Escribimos la oración con nuestra propia escritura a mano en la parte posterior para reforzar la idea de que la abundancia que estábamos anhelando iría hacia las metas que ya habíamos fijado para nosotros mismos.